escritora costarricense
Llueve. No se aprecia la tarde, pero tampoco es de noche. Las nubes ocultan los rayos del sol, que suelen dar los tonos pasteles a estas horas del día.
Llego a casa. No hay luces encendidas. No, espera. En tu habitación hay luz. Entro a casa y saludo. Respondes vagamente, con desencanto, como si estuvieras harto de que llegue a casa. Al menos esta vez contestaste, y no me dejaste en silencio con mis palabras retumbando en mi cabeza. Aunque no sé qué es peor: tu silencio, o tu respuesta llena de odio. La soledad, o tu presencia fría y vacía.
Tu puerta está cerrada. De nuevo. Hace mucho que dejaste de abrirla para mí. Entro a mi cuarto, y también cierro la puerta. No tolero ver la tuya cerrada. Prefiero ver la mía.
Tiro mis cosas a un rincón, mientras me convenzo de hacer los deberes. Patrañas. Yo sé, y la cama también lo sabe, que me acostaré a descansar y a pensar en nada. O en todo, depende de cómo se vea. Si me hablaras, perdería el tiempo de manera más inteligente. Ambos lo haríamos. Pero nada. Ni una palabra de ti o de mí. Yo ya me harté de intentarlo. Es cansado y es hiriente. Nunca respondes, o lo haces arrugando la cara y engrosando la voz.
Detesto en lo que te has convertido.
Casi tanto como tú me detestas a mí.
Como lo predije, he perdido el tiempo mirando el techo de mi cuarto desde la comodidad de mi cama. Te oigo abrir tu puerta. Seguro que vas al baño. Solo para eso sales. Sí, al baño. Escucho cómo abres la ducha, y te peleas con ella para que caliente el agua. Sí, debes de tener frío. No me sorprendería que así fuera, con esa actitud distante y vacía que has adoptado en los últimos meses.
Escucho cómo te suenas la nariz. Siempre has tenido esa asquerosa sinusitis que te obliga a dormir con papel higiénico en las fosas nasales. Una imagen bastante grotesca, si me permites decirlo. Pero no, por supuesto. Ya no me permites decir nada.
Pero aún así, en la soledad cálida de mi habitación, quiero imaginar que te suenas la nariz por haber estado llorando. Tal y como lo hago yo cuando ya es muy entrada la noche y confío en que no me escucharás. Pero, de nuevo, nunca lo haces o finges muy bien nunca hacerlo.
Perfecto, como sea.
Sigue sonándote la nariz. Yo seguiré imaginando que has llorado por mí, porque me extrañas. Es lindo imaginar. Es lo único que no me has quitado.
Cierras la ducha y te oigo salir del baño. Imagino que antes de volver a tu habitación dudarás y te animarás a llamar a mi puerta. Y yo, por supuesto, la abriré para ti. Como siempre he estado dispuesta a hacerlo.
Pero no. Te has ido directo a tu cuarto. En lindo imaginar y soñar. Pero terrible crecer, despertar y encontrarse de frente con la realidad. Es justo lo que me ha pasado ahora.
Suspiro. Ya fue suficiente nostalgia por hoy. Hablarás cuando estés listo. Niños---nunca crecen rápido. Ojalá que tú sí lo hagas. Pronto. Te echo de menos.
Me levanto. Esta vez sí haré los deberes. O me detendré un momento ante tu puerta para acariciar su oscura madera. La abrirás cuando estés listo. Mientras tanto, espero. Creo que soy paciente. Por ahora…No, por supuesto. No tengo ganas de hacer esos malditos deberes, aunque sé que sería bueno distraerme con ellos.
Por ahora veré hacia mi puerta, imaginando, deseando, planeando cómo llegaré mañana temprano a casa antes que tú. Así dejaré las luces encendidas, para que sientas mi calor recibiéndote aunque no te des cuenta de ello.
Tomado de http://aesir-yo.blogspot.com/2008/09/n1-dos-puertas-de-distancia.html
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